Rebeldes

Una ración de microcuentos/microrrelatos para pasar el día leyendo despacio para perder el tiempo inútilmente. En todos mis escritos soy sincera, aunque no cuente la verdad al más mínimo de los detalles, sea bien porque algunos detalles simplemente se me hayan borrado o bien porque algunos detalles los considero tan íntimos que los guardo en el baúl de los recuerdos de acceso restringido al público. Pero todo lo que se escribe y se lee aquí, ha ocurrido en algún momento. Me criaron en valores buenamente cristianos y de señorita bien, pero cuando una prueba el ron y después lame una polla, toma su propio camino hacia.. dónde sea.

  1. En tú balcón, de madrugada y con los últimos vientos cálidos de Septiembre sobre nuestras pieles. Bebiendo ron dominicano, yo abría las piernas sin subirme la falda, provocándote. Me metiste mano por debajo a la vez que tus labios me hacían mil delicias en el cuello. Luego lamí ese par de dos mojados, también la polla. Nos metimos dentro, nos desnudamos borrachos y cachondos, y follamos hasta las tantas. Si roncaste después, ni me di cuenta.
  2. Tú eras ya caballero curtido en mil polvos, habiendo conquistado incontables damiselas y aunque yo no me hallaba en mi primera juventud, seguía conservando algo de tímida inocencia. Te aprovechaste de mí cómo un señor, dejándome satisfecha. Me cabalgaste intentando apaciguarme, pero yo era fuego. Pero tú experiencia era tal que supiste al final domarme y salir victorioso de una más.
  3. No me encontraba especialmente cachonda, pero mientras tonteabamos en tú coche reviviendo una pasada adolescencia, accedí a tus insistencias. Que te la viera al menos, me decías. Y sí, bueno, miré. Nunca antes en la vida habia visto una polla tan enormemente gruesa, tan gorda. Follamos en el baño de una gasolinera casi perdida en la mitad de una carretera secundaria. Daba asco el dónde, pero semejante polla metida dentro de mí valió la pena el olor nauseabundo.
  4. Era tú cumpleaños, y mi regalo quería que fuera especial. En tú polla dejé marcas con mis labios pintados de rojo, me sentía hasta orgullosa de mis talentos. Te acariciaba la cabeza mientras me besabas el coño. Mis piernas estaban lo más abiertas posible para que puedieses entras y salir de mi a tú ritmo, a gusto. Noté la alegría de la sorpresa y de la emoción cuándo me puse sobre las cuatro patas, te miré y te dije de meterla más arriba. Tu semen en mi boca, de la primera hasta la última gota, fue mi champán para brindar tus nuevos años.
  5. Quedamos a la tarde, en un lugar muy céntrico y popular. Quedamos justo después de que se acabase mi jornada laboral. Núnca antes había hecho cosa así. Estaba nerviosa, agitada, con planes y a la vez con dudas. Tú fuiste encantador y atento, con un toque de arrogante y dos pizcas de irónico. Después cada uno por su lado y a su casa. Aquella noche me masturbé pensando en tí, dos veces. Afortunadamente, esa misma semana nos volvimos a ver y follamos dignamente.
  6. Estaba dura, caliente, húmeda. Olía a sexo y a mi sexo, dónde estuvo segundos antes. Yo ahora estaba delante de ella, metiéndola en mi boca, chupándola con mis labios. Chupaba con toda mi boca, y me ayudaba de una mano para acelerar el momento estrella. Tus testículos se hincharon una vez más antes de explotar, y sentí todo tú líquido salir disparado en mi boca, posándose sobre mi lengua, cada vez más de ese líquido. Tenía que tragar para no ahogarme. Yo gustosamente.
  7. Me ataste las manos a la espalda, haciendo uno de tus nudos maestros. Me vendaste los ojos, para potenciar mis otros sentidos. Dejaste caer mi cabeza entre las almohadas y te colocaste detrás mía. Me pusiste las nalgas rojas y así debieron de acabar también tus palmas. No veía tus manos, pero las sentí muy calientes cuando empezaste a follarme, y me agarrabas fuertemente por la cintura, empotrándome. Aprovechaste mi postura, que tenía el culo en alto y la cabeza entre almohadas, y me lo follaste también. Me quejé de dolor al principio pero acabé gritando de placer. Te corriste encima de mi espalda, me llamaste perra. Yo no tenía fuerzas ni para ladrar.
  8. Notaba tú aliento mientras te hallabas lamiñendome los pies. Los dedos de los pies. Y subiste despacito pero con buena lengua hasta el tobillo. Ambos tobillos. Me hacias placenteras cosquillas. Cuando llegaste por las rodillas, me empecé a mojar seriamente, y abrí las piernas. Tú subias por mis piernas, lamiendo mis muslos, olfateando el trasto de tú comida. Cuándo esa boquita tuyo se encontró con mi sexo, tres buenas veces me corrí antes de darte tregua y pensar en un buen premio para tí. Honestamente, me pareció que dejarte volver a lamerme era un premio excelente.
  9. Tenía calores y el sueño no se apoderaba de mí cuerpo. Eran las tantas, pasadas la medianoche, pero yo hice un acto de fé y volví a conectarme para echar un vistazo, pero llevaba escondida la esperanza de que tú estuvieras. Y lo estuviste. Y hablamos, y una cosa siempre lleva a la otra, cómo hacen las letras bien escritas, y me provocaste a sabiendas, yo me dejé llevar, acabé con la mano metida dentro de mis braguitas mientras en la otra te tenía ahí, en la mano, leyendo tus cosas y escribiéndote, a duras penas, las mias. Corto, pero intenso

Todo lo anteriormente escrito fueron hechos que ocurrieron cada uno con distinas personas de mi pasado. Puede que, en el futuro, recupere alguno de los microcuentos para exponerlos más y mejor en una entrada propia en el blog. No lo sé. Ahora mismo tán solo me apetece un café caliente después de una ducha más caliente todavía, porque tengo los pies helados.

 

3 comentarios sobre “Rebeldes

  1. A propósito del 9. Las primeras telepajas fueron una de las cosas más intensas que recuerdo en esto de los follares. Lástima que con el tiempo se convirtió en algo falso y aburrido. Del sexo real -sexo, a secas- no me aburro, oye. Gracias por tu elegancia, Valenciana.

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